A través de diversas actividades, los estudiantes han analizado cómo canalizamos este sentimiento como sociedad. Uno de los ejes del proyecto fue la visualización del experimento de Milgram, que plantea, mediante la observación de voluntarios, cómo actuamos ante el sufrimiento ajeno cuando existe una figura de autoridad. También realizaron juegos de rol y análisis crítico de contenidos actuales en redes sociales, especialmente de youtubers e influencers. Todo ello con un objetivo: transformar mensajes dañinos en otros que expresen el mismo malestar, pero desde el respeto y la empatía.
La experiencia ha abarcado múltiples materias. En Física y Química, se ha trabajado el estudio de fuerzas y movimiento a través de antiguas máquinas de guerra; en Matemáticas, la probabilidad y la aleatoriedad mediante simulaciones y juegos; y en Geografía e Historia, un viaje a los siglos XVI y XVII para entender los conflictos europeos y su reflejo en el arte.
Desde Educación Plástica, tras ver un vídeo sobre la historia de Sadako Sasaki, símbolo mundial de la paz, elaboraron guirnaldas de grullas de papel como homenaje a la no violencia. En Lengua, aprendieron a diferenciar entre emociones y sentimientos, reflexionando sobre problemas como el racismo, los estereotipos o los prejuicios, y proponiendo soluciones visibles en una dinámica colectiva: Nuestra escalera del odio, expuesta en el aula.
El broche final lo puso la visita del agente-tutor de la Policía Nacional, que trabajó con los estudiantes en torno a situaciones reales de acoso escolar y ciberacoso. Un cierre comprometido para un proyecto que, desde la educación y el diálogo, ha invitado a los alumnos a imaginar y construir un mundo más justo.