La soledad se ha convertido hoy en una epidemia, llegando a tal punto que diferentes estados e instituciones incluso han creado estructuras para atenderla. Con este tema tan presente, el Hno. Josean Villalabeitia ha vuelto a regalar dos sesiones de tutoría en Bachillerato, conduciendo una reflexión profunda y sensible entre nuestro alumnado.

En la adolescencia, la soledad es también un sentimiento presente, al que se escapa con frecuencia a través de las redes sociales y otros medios con los que sentirse acompañados. En una edad en la cual la socialización es determinante, ocurre también que los jóvenes se encuentran con la soledad y pueden convertir la misma en un drama.

Sin embargo, la soledad puede tener diferentes significados. En primer lugar, debemos aceptar que en unas ocasiones es voluntaria y en otras no.

Cuando la soledad es una opción voluntariamente elegida, podemos hacer de la misma un camino necesario para conocernos en profundidad. En un tiempo en el que vivimos aceleradamente, la sociedad parece en ocasiones interesada en la superficialidad. El hermano Villalabeitia ha recordado cómo desde los clásicos se ha establecido la necesidad de reflexionar sobre uno mismo y la propia vida (Sócrates: “Conócete a ti mismo”), algo que requiere nuestro tiempo.

Es la soledad involuntaria, aquella que puede causar dolor. Esta, que no es una elección, sino un sentimiento o sensación, puede incluso experimentarse rodeado de gente. Es capaz de afectar el cuerpo y la mente, aunque también es posible enfocarse. Puede estar causada por una separación (una pérdida definitiva), siendo la más normal y va acompañada de tristeza. Otra es la soledad de las grandes ciudades en nuestra civilización occidental, donde no hay relación con las personas que nos rodean, generando desapego, aislamiento e incomunicación. La soledad tecnológica, que experimentamos a pesar de las redes sociales, evidencia la falsedad de las relaciones virtuales. Uno puede estar rodeado de un millón de personas y sentirse verdaderamente solo.

No es, pues, lo mismo, esta soledad involuntaria, que estar solitario y ser solidario con los demás. Cuando la soledad es impuesta, y la persona se siente profundamente sola e incomunicada, hay que actuar. Es esta situación la que requiere de ayuda para solucionarse. En palabras de F. J. Alarcos: “Un nivel de soledad elegida, aceptada y querida por una persona es siempre enriquecedor para ella; pero una soledad hiriente e involuntaria, vivida bajo la sensación de no pertenecer al mundo de los demás, se hace muy difícil de soportar.”

La soledad es una característica esencial del ser humano a la que no se puede renunciar, aunque le haga sufrir. Esta soledad se hará especialmente patente en los momentos más trascendentales de la vida de la persona, pues en ellos se exige una respuesta inequívocamente individual. Sin embargo, ocurre que la primera reacción de la persona ante este fondo de sí mismo es huir de él y ocultárselo con toda clase de recursos, hiperocupándose, envolviéndose de ruido, … Huir y no pensar.

¿Y entonces? ¿Se puede resolver? Tal vez. O puede que sea más bien aceptar. En este sentido, hay varios caminos posibles, como la responsabilidad ética (decir la verdad, hacer lo que tengas que hacer y que la conciencia te deje tranquilo), el servicio a las personas (que aporta sentido al ser humano), las relaciones interpersonales profundas (amar y sentirse amado) o la apertura al misterio (pues la religión contribuye en los caminos anteriormente expuestos).

El alumnado de Bachillerato y el departamento de orientación quieren agradecer sinceramente al Hno. Josean Villalabeitia, el tiempo y esfuerzo dedicado. Estas conversaciones aportan riqueza y contribuyen a la reflexión y el crecimiento individual. Han sido varios los alumnos que se han referido a ellas y recuerdan momentos de las mismas.